Monarquía latinoamericana

Opinión | marzo 7, 2021 | 6:26 am.

«América Latina es desigual debido a su historia, una sociedad creada por un pequeño grupo de élites coloniales para explotar a la gran mayoría de las personas«, esta cita hace referencia a una entrevista hecha recientemente a Daron Acemoglu por la BBC.

En esta frase el reconocido economista resume uno de los temas principales de sus libros Why Nations Fail (2012) y The Narrow Corridor: States, Societies, and the Fate of Liberty (2019), ambos en coautoría con James A. Robinson, el cual no es otro que la importancia del contexto institucional sobre el que se establecen las estructuras productivas de cada país, y de cómo a partir de estas se reproducen ciclos que potencian o frenan el desarrollo.

Ya se sabe que América Latina es la región más desigual del mundo a pesar de algunas mejoras en ciertos países. Muchos de esos avances se basaron en un contexto macroeconómico favorable producto de los altos precios de las materias primas, que generaron cierto crecimiento y con ello un “efecto derrame” hacia toda la sociedad. Más allá de estos logros, la estructura subyacente heredada de la colonia, siguiendo el razonamiento de Acemoglu, no ha sido transformada realmente. Las élites siguen “explotando” a la gran mayoría de las personas, y por ello el discurso de izquierda sigue teniendo cabida y apoyo en la región.

Lamentablemente la izquierda latinoamericana parece ser tan monárquica como su contraparte en el espectro político. No se trata pues de “izquierdas” y “derechas”. El tema realmente de fondo es entre democracia y autoritarismo; entre competencia y monopolios/oligopolios; es entre élites y las mayorías. Las estructuras extractivas, a las que Acemoglu y Robinson hacen referencia, van más allá del espectro político. Su raíz se encuentra es en el poder. Quien tiene poder intenta utilizarlo para su beneficio particular. En ese sentido, la política y los negocios no son otra cosa que una forma de acceder y dominar las estructuras extractivas heredadas de la colonia.

El razonamiento anterior pudiera conducir al callejón sin salida del marxismo. Sin embargo, hay una manera clara de evitarlo y apunta en un sentido contrario. Se trata de la descentralización política y la desconcentración económica.

La primera está asociada a la profundización de la democracia, la segunda al fortalecimiento del mercado. El problema de fondo con esta solución, y es ahí donde se encuentra el mayor reto, es que las reformas necesarias deben venir justamente de quienes hoy concentran el poder económico y político. Aunque luzca paradójico, la realidad es que son las propias élites las que deben iniciar la transformación estructural.

En América Latina las revoluciones desde abajo han terminado invariablemente en nuevas estructuras de explotación. Esto ha sumido a la región en una constante inestabilidad, dejando siempre un espacio para que los discursos de la izquierda encuentren terreno fértil manteniendo siempre al péndulo en movimiento. Las élites deben comprender que la única manera de lograr cierta estabilidad en el largo plazo es ampliando la base de bienestar material de la sociedad, en el que no basta mejorar, sino que se perciba cierta equidad en esas mejoras. En América Latina no basta que disminuya la pobreza, es también necesaria una mayor equidad.

Los medios para lograr estos cambios estructurales son múltiples, y por lo tanto es un proceso complejo. Pero hay acciones concretas que se pueden emprender en el corto plazo como por ejemplo en el plano económico el incremento de los empleos de calidad, la democratización de los sistemas financieros, el fortalecimiento de las regiones en áreas en las que cuenten con ventajas comparativas, y en general todo aquello que contribuya a profundizar el mercado, que no implica la renuncia al rol del Estado como ente regulador y promotor del crecimiento. En el plano político la tarea es más directa, se debe fortalecer la democracia. América Latina se independizó de España, pero no necesariamente de sus estructuras.

Twitter: @lombardidiego