Cabrujas, “el día que el corazón del dramaturgo dejó de funcionar”

Opinión | noviembre 2, 2020 | 6:14 am.

El pasado martes 21 de octubre se conmemoró el 25 aniversario de la muerte de uno de los actores, dramaturgos, escritores de novelas y libretistas más importantes de Venezuela en toda su historia: José Ignacio Cabrujas. Era un hombre que comenzaba su rutina en la madrugada. “Se levantaba a las 5 de la mañana y escribía hasta las 11, hora de dos whisky.

Almorzaba. Dormía una siesta y después cumplía el resto de sus actividades”. Ese 21 de octubre de 1995 no fue distinto. Comenta su amigo, el cineasta Antonio Llerandi, que José Ignacio se encontraba un poco angustiado porque tenía el compromiso de la entrega de tres telenovelas, una nacional y dos internacionales: “Se levantó a las 5. Se desayunó dos huevos fritos y una lata de mejillones españoles; se tomó dos frascos de jarabe para la tos mientras esperaba a César Bolívar quién dirigiría una de las tres telenovelas en Rctv, quien nunca llegó. Esa mañana Cabrujas fue al mercado a comprar pescado (parguitos), regresó a casa y terminó de escribir el primer capítulo de la telenovela venezolana y se lo mandó por fax a Mimí Lazo que sería la protagonista. A las 11 se sirvió un whisky, bajó a la piscina del edificio donde no había nadie, se sentó al borde para terminarse el trago, le dio un infarto y cayó al agua”.

Ese día el corazón del dramaturgo dejó de funcionar. Apenas tenía 58 años de edad. Se fue al encuentro de los viejos amigos catienses, la laptop y la máquina de escribir dejaron de teclear.

Un tiburón lo persigue en una piscina el día de su muerte

Lo cabrujeano no fue solo cómo y dónde sucedió su muerte, ni el escenario ni el episodio. Hubo otras anécdotas relacionadas. Cabrujas era un fanático de los Tiburones de La Guaira. Estaba molesto por la mala temporada que había hecho el equipo y decidió renunciar. Como todos los sábados publicaba su artículo en El Nacional el de esa ocasión iba dirigido al dueño del equipo de beisbol, porque él consideraba que habían hecho un mal campeonato. “Como era un artículo de los tiburones, el periódico encargó al caricaturista la tarea de hacer algo para acompañar el texto. El dibujante y su equipo dibujaron a José Ignacio con una máscara en una piscina y un tiburón que lo perseguía. Lo hicieron justo el día que Cabrujas muere en una piscina”, relata el cineasta Llerandi. Qué ironías de la vida, el mismo día que muere por un infarto al corazón y cae a la piscina; la caricatura del periódico con su artículo es un tiburón que lo persigue el día de su muerte.

El vía crucis de José Ignacio y la señora Palacios

Había un derrumbe en la autopista Caracas – La Guaira. Eran las cuatro de la tarde y su esposa Isabel Palacios no encontraba cómo bajar a Maiquetía para abordar un vuelo a Margarita y traerse el cuerpo de su marido. Ella recordó que él le había dicho que había estudiado en el colegio San Ignacio de Loyola con el dueño de Avensa, Arturo Boulton. Llamó a una tía que los conocía y le encomendó localizar a Arturo Boulton, que le dijera “que Cabrujas había muerto, y necesitaba su ayuda”. Llegó a La Carlota, a dos minutos para las seis, ya estaban cerrando el aeropuerto. La avioneta estaba esperándola en la pista con los motores encendidos, así logró montarse. Cuando llega a la Isla la estaba esperando un periodista amigo que la llevó a la morgue. El cuerpo estaba a medio preparar, era un trabajo complicado, tenía mucha agua dentro de su cuerpo. El tiempo conspiraba en su contra. Debía llevarse el cuerpo de su marido en las condiciones en que se encontraba, porque iban a cerrar el último avión de Avensa, que salía a las ocho y media hacia Caracas.

Pide comunicación con el dueño de la línea aérea, el interlocutor le dice: ¿Qué pasa? “Soy Isabel Palacios. Lamentablemente, viuda. Viuda porque José Ignacio Cabrujas acaba de morir”. –“Yo soy el piloto del avión y admirador de su marido. Yo la espero. No se preocupe si es necesario le pinchó un caucho al avión pero la espero”, esas palabras del piloto deben haber sido el único alivio que escuchó esa señora de ese trágico día.

Salió del hospital sin la partida de defunción. No hubo médico que la firmará. Afirma la esposa de Cabrujas que: “El doctor que lo atendió estaba horrorizado, se le había muerto José Ignacio Cabrujas y no pudo hacer nada para salvarlo. Como el agua que le brotó a borbotones de los pulmones, la duda quedó en el aire, ¿De contar con el equipo adecuado hubiera podido salvarse?. La persona que lo sacó de la piscina fijó la sentencia y devolvió la calma: “…Habría quedado o en vida vegetal o en silla de ruedas porque el tiempo que estuvo sin oxigeno fue suficiente para matarle el cerebro”.

Eso no es una carga, es el cadáver de Cabrujas

Cuando la señora Palacios llegó al aeropuerto Santiago Mariño, el piloto ordena que pasen la caja con Cabrujas a la panza del avión y la manda a subir porque todos los pasajeros estaban a bordo.

Aterrizan en Maiquetía, comenta la señora Palacios, que “llega un camión de volteo, montan la caja mortuoria y yo me monto atrás, con la caja. Cuando vamos llegando a la salida veo a Iraida Tapia y al maestro José Antonio Abreu junto al transporte de la funeraria.

-¿Dónde están los papeles pa’ sacar la carga? Dice un guardia nacional del aeropuerto.

-Eso no es una carga. Eso es gente. Es el cadáver del marido de la señora – le responde el chofer del camión.

-Si no están los papeles por aquí no lo pueden sacar. Y si no están autorizados no pueden sacar la carga.

-Pero yo no tengo ningún papel le digo yo.

-Entonces no pueden sacar la carga. En eso Eduardo Fernández, el piloto, vuelve a pasar, esta vez con su carro, y me ve discutiendo con aquel guardia con ganas de matarlo.

-Vámonos sígame. El piloto Fernández montado en su carro y yo en mi camión atravesamos el aeropuerto nacional y llegamos hasta el internacional. El piloto se bajó, se puso a hablar con otro guardia y yo salí. Pasamos la urna de José Ignacio del camión de volteo al de la funeraria como si estuviéramos trasladando armas de la guerrilla en la mitad de la frontera: ¡Apúrate, apúrate, saca la caja! Así pudimos traernos el cuerpo de José Ignacio”.

Es que el dramaturgo hasta después de muerto dio que hacer, ese vía crucis que vivió su señora Palacios, también es digno de una película. Eso no es una carga. Es el cadáver de Cabrujas.

Te espero con el pescado y la botella de Cutty Sack

El cineasta César Bolívar había hablado en la mañana con Cabrujas y le había confirmado que salía en el vuelo de la tarde a Margarita. El escritor le dijo, “Aquí te espero en el apartamento con un pargo deshuesado y una botella de whisky Cutty Sack, para que veas el capítulo que ya he terminado”. Me comenta el cineasta que estaba saliendo con el equipaje al aeropuerto de Maiquetía cuando a su celular entró una llamada que le cambió los planes, “José Ignacio Cabrujas ha muerto”, le dicen, en ese momento se le fue el mundo al suelo. No había viaje, ni escrito, ni amigo que lo esperara.

Me comentaba César Bolívar en una reunión con Sandy Guevara su abogado, hace cinco años en el restaurant El Aranjuez, que para él fue muy duro porque la amistad nació en Catia donde crecieron juntos. Era la plaza Pérez Bonalde y todos los recuerdos juveniles, “extraño todo de él: su amistad, la maestría, la orientación, el comportamiento y el trato en el dialogo, la opera, en fin su presencia, lo extraño todo”.

Nació en la Caracas de los techos rojos, en la casa 11-13

En la Caracas de los techos rojos, en la casa número 11-13 de las desaparecidas esquinas de Poleo a Buenavista, donde hoy queda el Palacio Blanco frente al Palacio presidencial de Miraflores, en la parroquia Catedral. Ahí, el 17 de julio de 1937 nació el talento más versátil del teatro venezolano, José Ignacio Cabruja Lofiego. Su madre doña Matilde Lofiego (de origen italiano), una bella caraqueña de pelvis estrecha, después de un doloroso y largo parto por fin deja salir al niño que llamaría José, en honor a sus abuelos, ya que era tradicional en la familia del padre que el primer hijo varón debía llevar su nombre. Su abuelo y su padre se llamaban José Ramón Cabruja; le ponen el Ignacio, por los favores y los rezos que le hicieron al santo jesuita por lo complicado del alumbramiento, en aquella época la cesárea era escasa, el pulso lo llevaban la parturienta y la comadrona. Su padre de origen Catalán, era fanático del teatro. La bisabuela (doña Conchita) de José Ignacio era actriz en Barcelona España.

Según narró, originalmente su apellido es Cabruja, dijo que “cuando era actor en el Teatro Universitario (TU), el periodista Lorenzo Batallan publicó una nota sobre su actuación y agregó la S al apellido; Cabrujas no se disgustó y decidió seguir usando la S.

José Ignacio contrajo nupcias en tres ocasiones; primero en 1960 con la actriz de teatro Democracia López, de esa unión nació Juan Francisco. Luego de un tiempo se divorciaron. En 1976 se casó con la vestuarista y productora Eva Ivanyl, otro divorcio; y después se casó con la cantante, musicóloga y directora de Corales Isabel Palacios, y nació su segundo hijo: Diego.

Dejó una obra prolífica compuesta por 23 obras de teatro, 18 guiones cinematográficos, 30 telenovelas y miniseries, más de 500 artículos de prensa.

Entre la Godarria caraqueña y las “diosas” de Catia

En la casa 11-13 vivió hasta los cuatro años. Su madrina Francisca Calcaño le regaló un terreno en la calle Argentina, en Catia, donde sus padres construyeron la quinta “San Francisco”, allí pasó su niñez y su juventud. Tuvo una admiración especial por su padre, el sastre José Ramón, quien tuvo la visión de darle una educación en el Colegio San Ignacio de Loyola, dirigido por los jesuitas. Era el mejor colegio de Caracas. Ahí se codeaba con los hijos de los aristócratas, como su amigo Henry Lord Boulton (ellos ayudaron a su esposa para traer su cadáver a Caracas). El viejo fue un sabio, fue visionario, ya que supo relacionar a su hijo con la alta alcurnia para de esa manera contrarrestar las influencias que recibía a diario su muchacho, que era medio miope y de lentes gruesos, tímido, de cabellos rizos, que convivía con los peloteros, los bebedores de cervezas, con los mecánicos y vagabundos de la calle, con los músicos y las “diosas” que se exhibían frente a los bares en busca de clientes que abundaban en Catia.

Cabrujas distribuía su tiempo entre la godarría caraqueña en el San Ignacio de Loyola y las “diosas” de Catia.

“Los miserables” y “Nosotros los pobres”

A los catorce años leyó “Los miserables” de Víctor Hugo. Esa obra lo atrapó. Ese día supo que su vida eran las tablas, su pasión futura sería: el teatro. Su padre con la cultura europea, de niño lo llevaba a la ópera en el Teatro Municipal de Caracas, le enseñó el mundo de la escena y el canto.

En la plaza Pérez Bonalde en Catia conoció a Jacobo Borges, quien le contó su encuentro con Picasso en París. Ahí comenzó a soñar y fabular con conocer el mundo y los grandes teatros, tenía que salir de Catia; a César Bolívar, a Abigail Rojas y los otros panitas.

Estudió en el Colegio Fermín Toro de su Caracas natal; después que vio la película “Nosotros los pobres”, donde Pedro Infante, maldecía a los ricos; decidió meterse a comunista. En 1955, fue preso por poco tiempo de la dictadura perejimenista.

En Catia nacieron los sueños con los amigos de la infancia, la adolescencia y la juventud, con quienes pateaba la calle. Crecieron juntos en la barriada, los amigos, compartían literatura, películas, de ahí vino el interés por las letras y las artes, junto a Jacobo Borges, a quien cariñosamente le decía “El negrito de Catia”.

“El Bertolt Brecht de Catia”

En 1956 Cabrujas estudia en la Facultad de Derecho de la UCV, y era miembro del Teatro Universitario. Descubrió su vocación, su pasión por el teatro y abandonó los estudios de Leyes, por el arte de las tablas.

Siempre fue un irreverente. En una de sus crónicas sabatinas en El Nacional, dijo: “No creo en la obediencia ciega, ni en el celibato de los curas, porque los órganos son para usarlos, tanto el cerebro como el otro”.

En 1963, en el Teatro Universitario de la UCV se estrena la obra “Yo, Bertolt Brecht”, y el actor es José Ignacio Cabrujas. Entre los presentes se encuentra Salvador Garmendia, a quien le gustó la obra y la actuación de Cabrujas. Ese día lo conoció y con una sonrisa, a nivel de chanza, dice “Tenemos al Bertolt Brecht de Catia con arepa y caraota frita”.

Nunca abandonó la universidad. Se superó, creció entre los grandes y sigue siendo reconocido como “El Maestro de las Telenovelas”, quien no recuerda “El pez que fuma”, “La señora de Cárdenas”, “La dueña”, “Sagrado y obsceno”, “El día que me quieras”, tantas otras, unas mejores que las otras.

“Tenía la voz como un cochinito ronco”

La voz de José Ignacio Cabrujas era gruesa, sonora, con un sonido que le dio identidad a Venezuela, como las de Renny Ottolina, Héctor Mayerton, Héctor Monteverde, Carmen Victoria Pérez, Gilberto Correa. Entre sus alumnos universitarios destacan Lupe Gehrembeck, Boris Izaguirre, Dorys Wells, Raúl Amundaray, y su prima Carolina Espada Cabruja.

Caracas nunca le fue extraña. Fue un amante de la ciudad. Escribió sobre la crisis capitalina y su estado de pertenencia. Su prima Carlina Espada dice que tenía la voz como un cochinito ronco.

Sus amigos entrañables fueron Isaac Chocrón, Tania Sarabia, Pablo Antillano, Román Chalbaud, Teodoro Petkoff, a quien le diseño sus campañas electorales cuando fue candidato presidencial. Ahí lo conocimos y en la universidad.

José Ignacio Cabrujas fue un hombre que estuvo vinculado a sus obras, vivió cada uno de sus personajes, se reía y lloraba con ellos. Los guiones eran su vida. Moisés Guevara dice “Cabrujas se convirtió en un hombre que transformó su vida en arte”.

“Nosotros, que nos queremos tanto”

La escritora Carolina Espada Cabruja comenta, que de la historia “Nosotros, que nos queremos tanto”, José Ignacio sólo escribió un capítulo de media hora y la llamó desde Margarita para comunicarle su alegría: “¡Prima, ya hice el primero! ¡Llego el lunes, el martes a primera hora en el nidito! El nidito, dícese del apartamento tipo estudió, acogedor y muy bien acondicionado, que fungía de oficina del dramaturgo. Apenas a una cuadra de la casa que compartió con la señora Isabel Palacios y su hijo Diego en Los Rosales.

Cabrujas y Teodoro

José Ignacio Cabrujas fue un gran amigo y admirador de Teodoro Petkoff, quien en la década de 1970 fue ex guerrillero, ex preso político, profesor universitario, autor de dos fugas, había renunciado al comunismo y fundado un partido socialista, del cual Cabrujas formó parte, junto a otros artistas e intelectuales: Manuel Caballero, Régulo Pérez, Pedro León Zapata, César Cortez, Perucho Laya, Jacobo Borges, y otras personalidades que estaban en la búsqueda de una mejor Venezuela. Estos personajes y otros dirigentes políticos formaron parte del comando de campaña. José Ignacio fue el asesor de imagen de Teodoro en la contienda como candidato presidencial.

Con respecto a Petkoff y su partido, publicó un artículo en El Nacional que sigue siendo referencia: “El MAS de mis tormentos”. Sus crónicas y escritos están compiladas en el libro “El Mundo según Cabrujas”.

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