El exilio

Opinión | agosto 23, 2020 | 6:28 am.

La persecución política es a los regímenes autoritarios y despóticos lo que el infierno es a las religiones. El uno va con el otro. Nicolás Maduro ha logrado estructurar en Venezuela una dictadura con atuendo de democracia, aplaudida por los escribas de la izquierda borbónica, amamantada con la renta petrolera.

Actualmente existen en Venezuela tanto o más presos políticos que los que hubo cuando Pérez Jiménez entre 1952 y 1957. El número de exiliados sobrepasa a los de la dictadura perejimenista. La figura del exiliado había desaparecido del radar político de Venezuela desde la reinstauración de la democracia en 1958 cuando se vaciaron las cárceles y retornaron los perseguidos. La práctica de la persecución la reimplantó Hugo Chávez y la amplificó Nicolás Maduro, quien con la ayuda de la máquina represiva cubana ha logrado hacer del Sebin, la FAES y la DGCIM cuerpos policiales temibles y siniestros.

El general González López ha cometido delitos tan graves como los de Pedro Estrada, el famoso “chacal de Guiria” y el coronel Gramcko Arteaga es hoy una especie de Miguel Silvio Sanz, el tristemente célebre “tabaquito Sanz”, jefe de los torturadores de la Seguridad Nacional, a quien acompañaban Luis Rafael Castro el “bachiller Castro” y Albero Hernández “el loco Hernández”, entre tanto otros esbirros.

Para quienes fuimos forzados a partir al exilio, al menos en mi caso, siempre estuvo presente una de las frases de Rómulo Betancourt cuando dijo “el principal deber de un político perseguido es no dejarse agarrar”.

La persecución contra quienes nos propusimos de verdad derrotar a Maduro ha sido implacable. Le ganamos sobranceramente las elecciones parlamentarias de 2015 y luego en el Congreso y la calle lo combatimos por las vías que la Constitución tiene dispuestas para el cambio de un Gobierno.

Solamente el silencio interior de los perseguidos puede dar la narrativa de las dificultades y vicisitudes que se padece. Ellas quedarán guardadas para testimoniarlas a los hijos y a los hijos de los hijos. Ser un exiliado significa tener el carburante anímico, emocional e ideológico para aguantar la tormenta y seguir adelante sabiendo que ésta pasará y que volveremos hacer lo que fuimos.

Porque no solo lo persiguen a uno sino también a allegados hasta conformar un cerco para procurar quebrar la voluntad de lucha. Muchos aguantan pero otros no. Hoy los jefes de la persecución son Maduro y Diosdado Cabello quien en su programa semanal de televisión asomaba la listas de los candidatos a la cárcel o el exilio para que luego Tareck William Saab complete la faena persecutoria.

Pero hay que tener la templanza para soportar también las infamias de los profesionales de la crítica, quienes desde la comodidad de sus escritorios no paran de difamar a los que ellos llaman los políticos como si este fuese un oficio indigno. El político por vocación trabaja para la política, como servicio público y muchas veces lo deja todo en el camino, en algunos casos hasta su propia vida. Como dijo el Papa Pio XI, después de la religión, la política es la forma más excelsa de servir.