«Carabobo”

Opinión | junio 24, 2020 | 6:26 am.

Antes de las dos intentonas golpistas del año 1992 en todas las encuestas nacionales, en el período entre 1989 y 1992, la institución militar era la más valorada entre todas las existentes en el país. El descredito de los partidos políticos, por el contrario, era el más grande de todos.

La guanábana adeco/copeyana trajo el desencanto y la necesidad de relanzar un proyecto democrático iniciado el 23 de Enero del año 1958 y que en ese momento, estamos hablando de treinta y cuatro años ya, lucía agotado y extraviado. Los estudios acerca del período gomecista, de la dictadura de Juan Vicente Gómez entre los años 1908-1935, empezaron inesperadamente a salir a la luz pública. Puedo recordar los de Ramón J. Velásquez y su “Conversaciones Imaginarias con JV Gómez”; el “Gómez, tirano liberal” de Manuel Caballero y la copiosa biografía de Tomás Polanco Alcántara también sobre Juan Vicente Gómez. De repente el caudillo tachirense que hizo de Venezuela su propia hacienda y un campo de concentración con la complicidad de las transnacionales petroleras, empezó a ser visto con otros ojos y bondades.

No hay que olvidar que tanto Cipriano Castro como Juan Vicente Gómez son los creadores del ejército profesional en el año 1903 y que ambos entendieron que al profesionalizar al ejército garantizaban su hegemonía como caudillos principales asumiendo al ejército como su propia guardia pretoriana. No hubo en la Independencia (1810-1830) un ejército como tal sino un embrión y muy mal formado. La guerra irregular a nivel de montoneras y escaramuzas fue el denominador común.

Los cuadros de Tito Salas y el libro “Venezuela Heroica” (1881) de Eduardo Blanco nos han hecho mucho daño a los venezolanos haciéndonos creer que le debemos la “libertad” obtenida por Bolívar y los militares, el llamado “ejército patriótico”, en la Independencia. Desde entonces se nos ha impuesto una conciencia histórica bajo el predominio de la ideología y no del conocimiento real de nuestro pasado. El mito subyugando a la historia real. La leyenda negra anti española junto a la negación reiterativa del proyecto civil, republicano y moderno.

La andadura republicana, después de doscientos años, si hemos de ser justos: ha sido un fiasco oceánico. No hemos sabido corresponder con las grandes aspiraciones de la Independencia de una auténtica libertad y prosperidad en dónde el Pueblo sea protagonista de su propio destino desde la laboriosidad responsable y la disciplina social más rigurosa. Además, el predominio de los caudillos, los verdaderos vencedores de la Independencia, impusieron sus respectivas hegemonías a sangre y fuego haciendo que los cambios sustanciales del paso de colonia a república fueron solo epidérmicos. Y lo más grave de todo: el proyecto civilista fue boicoteado por los señores de la guerra que hicieron del monopolio de la violencia su programa para atentar contra las más de veintiséis constituciones que se hacían como trajes a la medida de cada dictador de turno.

Otro signo de los tiempos antes del fatídico año 1992 fueron las pintas en los principales cuartes de Venezuela con el: “Hay que volver a Carabobo”.

Cada 24 de junio se nos recuerda a los venezolanos que la Batalla de Carabobo nos permitió librarnos del odioso sistema colonial hispánico utilizando para ello las versiones épicas y románticas al uso que solapan que la glorificación de la guerra y muerte es una estupidez mayúscula. Los senderos de gloria solo conducen a la muerte, decía un poeta inglés. Y nuestra Independencia fue un holocausto de vidas humanas irrecuperables de más de 200.000 sobre una población que no pasaba del millón de almas.

El reino del terror inaugurado por Simón Bolívar en el año 1813 con su Decreto de Guerra a Muerte y más luego profundizado por el realista José Tomás Boves nos hizo alcanzar el horror supremo. La destrucción material del país fue su resultado y todo el siglo XIX fue un siglo perdido. Como evidencia de lo que decimos tenemos el despojo territorial tanto de la Península de la Guajira como del Esequibo. Los custodios de la integridad territorial, los militares, muy convenientemente, pasan esto bajo cuerda. Sólo les interesa vender el imaginario épico de Carabobo y utilizarlo con fines proselitistas en el presente.

Carabobo, la batalla, puso final a la independencia, siendo en realidad una victoria amarga que el mismo Bolívar en sus años finales presentía como desteñida porque la anarquía desatada luego del derrumbe de las instituciones coloniales nunca pudo ser sustituido satisfactoriamente por otras de tipo liberal, modernas y republicanas.

Además, y esto es lo más relevante de Carabobo: se le entregó un cheque en blanco a los militares como los árbitros nacionales haciendo que el proyecto civilista siempre sufriera atentados impidiendo su consolidación. De hecho, el proyecto universitario venezolano, que nace en los tiempos coloniales y que se consolida en los primeros años de la aurora democrática luego del año 1958 hoy está siendo aplastado por sus evidentes expresiones de autonomía y crítica de naturaleza civil algo que ninguna hegemonía política está dispuesto a tolerar y mucho menos si está apoyada por los fusiles y tanques. Así que no hay nada que celebrar en Carabobo a menos que se trate de un episodio que nos conecte con Bolívar y sus aspiraciones frustradas de construir una Venezuela prospera con magistrados honrados, gobernantes competentes y un pueblo educado y culto y que la Constitución sea de verdad el convocante de una unidad de propósitos mayores.

Director del Centro de Estudios Históricos de la Facultad de Humanidades y Educación

Universidad del Zulia