Manuel Felipe Sierra y “La Bandida”

Opinión | abril 9, 2020 | 6:20 am.

Corría el mes de enero de 1987. Me encuentro en el Hotel Sheraton de la zona Rosa en el Distrito Federal de ciudad de México en horas del almuerzo. Al entrar al restaurant, en una de las mesas, está el periodista venezolano Manuel Felipe Sierra en amena conversación con dos grandes de las letras: Gabriel García Márquez,“El Gabo”, y Carlos Fuentes. Grata sorpresa encontrarme al amigo Manuel Felipe, quien me presenta a sus distinguidos acompañantes. Me invitan a sentame.

Me comenta que él se encontraba en esa ciudad atendiendo una invitación de la revista para la que trabajaba, y yo les digo que fuí a atender un asunto profesional de abogado. Los amigos le estaban haciendo un presente. “El Gabo” me dice que aprovechan ese encuentro para celebrar el cumpleaños de Manuel Felipe. Le comento que, casualmente, dos años atrás lo habíamos celebrado en Caracas, en la casa de Nelly Cavo en Chuao. Entre los presentes recuerdo a Ramón José Medina, Armando Durán, Samuel Robinson, Pastor Heydra, Leopoldo Castillo “El Ciudadano”, Antonio Ríos, Manuel Peñalver, Juvencio Pulgar y “Caraquita” Urbina.

En la noche vamos a cenar al restaurant “Casa Medina”. De regreso al hotel, Manuel Felipe hablando con tono mexicano, le pide al taxista que quiere tomarse un trago en la casa de “La Bandida”, que tiene muchos años que no la ve. Que la última vez fue con su amigo el cantante Miguel Aceves Mejías, a quien había conocido en Caracas. El conductor, un señor de unos 70 años, le dice “no, ese negocio no existe. La Bandida murió. Manuel le dice “cuando en mi pueblo no se supo”, el taxista le pregunta: “¿de qué parte de México es usted?”. Sierra, que en esa época usaba bigotes largos y chorreados, con su cara gorda y redonda, pasaba por mexicano, le contesta: “yo nací en Madero, soy de Tamaulipas”. El taxista exclama y dice: “ohhh, con razón no sabía, está muy retirado, esa mujer fue muy famosa. Toda una leyenda. Uno de sus últimos novios fue su amigo y hasta Agustín Lara la amó y le compuso canciones. ‘La Bandida’ era tan regía que metió para la gaveta hasta los dólares de Al Capone, se dice que con ese dinero ‘ que le chingó a la mafia’ montó la Casa Durango 247”.

“La Bandida” burló la mafia de Al Capone y a la policía de Chicago

En 1923 “La Bandida” era una mujer joven y viuda que vivía en la ciudad fronteriza de Juárez. Después del asesinato de Francisco “Pancho” Villa, decide cruzar la frontera a El Paso, Texas. Busca al general villista Francisco Quevedo, quien tenía el negocio de la fabricación de whisky y licores de contrabando y lo vendía en la ciudad de Chicago. Entra en la operación y se encarga de un Distrito de Chicago. Era una mujer organizada, trabajadora, ambiciosa, y lleva con éxito el negocio ilícito, ya que en esa época estaba en pleno auge la prohibición de licores en los Estados Unidos. Están en los dominios de Al Capone, el jefe de la mafia. El gánster, contento por el trabajo que hacen sus socios mexicanos, ofrece una gran fiesta en una de sus lujosas mansiones para los miembros de la Mafia y invita al general Quevedo y a “La Bandida”, a quien ya había investigado. Sabía que cantaba bien y que poseía una voz privilegiada. Un vozarrón. Y le pide que le cante “Cielito lindo”, “La Cucaracha” y “La Adelita”. Esta última se la acompañó cantando el coro en español el famoso y temible gánster Al Capone. Esa noche se estrechó la relación de negocios y de amistad entre ellos.

Comentan los curiosos que tuvo problemas con la Mafia. A Al Capone no le llegaron 46 mil dólares que debía entregarle La Bandida, quien además era buscada y vigilada por la policía norteamericana. No le queda alternativa. La buscan los legales y los ilegales. Se disfraza de hombre, se corta el pelo, viste un traje de flux y corbata, un sombrero de ala ancha, va al hotel a buscar el maletín donde están los dólares. Ahí la está esperando la policía, la ven y no la reconocen, burla la policía y se dirige a la frontera y vuelve a México. Tiempo después saldo sus cuentas con la Mafia.

El Regente de México le regaló la casa Durango 247

Durante tres décadas funcionó en la zona más exquisita, en el corazón de ciudad de México, la famosa casa de citas de la meretriz más famosa de la historia de México. E su negocio de la Calle Durango 247, en la Colonia Condesa, esa casa se la regaló el Regente de México, don Ernesto P. Uruchurtu, quien le dijo: “Aquí nadie te molestará”.

“La Casa de la Bandida” era de dos pisos, hecha de cantera, al estilo de los años veinte, con ventanales al jardín. Era una residencia muy grande, reluciente de limpia, con un bar elegante, finas cortinas, siete cocineras, cien hermosas mujeres de planta, cien mesoneros, 70 guitarras, legiones de músicos y cantantes. Un comedor central grande para todos. Para esa época de los año 40 del siglo pasado tenía un gasto diario de 10 mil pesos, para el almuerzo diario y gratuito de sus hijitos como llamaba a su personal.

“Durango 247 estaba siempre lleno de muchachas, todas jóvenes, algunas guapas –escribió Carlos Tello Díaz en su obra Historias del olvido-, que permanecían allí sin variar hasta las dos de la mañana. Iban vestidas con traje de noche. Los clientes las conocían por sus apodos: la Barca, la China, la Gema, la Torta, la Lunares, la Yuca, la Campana (‘una que tocaba todo el mundo’). Algunas eran extranjeras, cubanas sobre todo, como la Chiquis y la Degenerada”. Se dice que tuvo bajo su mando 100 mujeres. Algunas terminaron como señoras de la alta sociedad, ricas y con hijos profesionales, otras artistas de cine o de teatro. La Bandida fue protegida del presidente Miguel Alemán y del político Maximino Ávila Camacho, entre otros. Ella a su vez, a sus mujeres, las cuidaba, las capacitaba, las quería, las protegía porque, decía: “donde hay buenas putas no hay hambre”.

Agustín Lara fue su íntimo amigo

Supo codearse con lo más selecto de la revolución política. Políticos, caudillos, artistas, toreros, la alta sociedad fueron a mediados del siglo XX al lugar propicio para la bohemia y el sexo. Al tesoro terrenal como “La Bandida” se refería a su negocio y a las madamas. Era frecuentado por intelectuales como Pablo Neruda, Diego Rivera, Octavio Paz, Juan Soriano, José Vasconcelos, entre tantos otros. Músicos y compositores geniales de la talla de Agustín Lara (era su intimo amigo le compuso ‘Señora Tentación’, ella también era cantante y compositora), Pedro Vargas, José Alfredo Jiménez, Javier Solís, Miguel Aceves Mejías, Marco Antonio Muñís, Benny Moré (tenía pieza fija), Pepe Jara, Carlos Lico, el Trió Los Panchos, los Tres Ases y Los Diamantes, amenizaban las noches. Lucho Gatica, famoso cantante y compositor le grabó “La enramada”, música y letra de “La Bandida”, quien lo acompañó cantando y tocando ella su guitarra.

El emperador de Etiopia con “La Bandida”

Era tanta la fama y el renombre que tenía la Casa de la calle Durango 247 que el emperador de Etiopia Haile Selassie, hizo una visita oficial a México, y al salir de la reunión con el presidente de la república pidió lo llevaran a conocer el famoso el burdel de “La Bandida”. No aguantó la curiosidad. sSe sabe que fue atendido personalmente por su propietaria y recibido con alfombra roja, con un cortejo de las mejores damas. Aunque nunca se supo, ni se hizo público con certeza lo que sucedió puertas adentro. Los comentarios fueron muchos “La Bandida” se llevó el secreto a la tumba.

“Pancho” Villa asesina a sus padres

En 1895 nació Graciela Olmos en Casas Grandes Chihuahua, México. En 1907 tiene 12 años de edad, eran sirvientes y trabajaban en la hacienda La Buenaventura, donde vivía con sus padres y su hermano Benjamín. La hacienda fue asaltada por Francisco Villa y sus hombres asesinaron a los dueños y a los padres de Graciela. Ella logró escapar con su hermano. En la capital vendieron periódicos. Su vida fue un peregrinar. Una familia los acogió, a Benjamín lo mandaron a un seminario y se hizo sacerdote, a Graciela la mandaron al Colegio de las Monjas Vizcaínas.

En 1913 tiene 18 años de edad. 8 años después de la muerte de sus padres, Graciela vivía en el pueblo de Irapuato. Llega Pancho Villa con su ejército. Ya se había quitado la capucha de asaltante. Ahora era el revolucionario. La joven conoce a un antiguo maestro José “El Bandido” Hernández, que era la mano derecha de Pancho Villa y fue uno de los que asesinaron a su familia. Se enamoraron y sin pensarlo dos veces se casó.

Se fue al frente de batalla como soldadera con su “Bandido” y el revolucionario Villa. Dos años de lucha y guerra le valieron para ganarse el apodo de “La Bandida”, por su marido.

En 1915 le matan su esposo en la batalla del Bajío. Queda viuda. Se va a ciudad de México y trabaja en el prostíbulo de Francis Villareal, “tumbándole la lana” a los revolucionarios

Su epitafio “Ya la enramada se secó /e l cielo el agua le negó…”.

Marina Aedo (su nombre de bautismo), Graciela Olmos o “La Bandida, tres protagonistas en uno sólo. Llevó una vida turbulenta, pasó del amor espontaneo, libre y desinteresado en su juventud, después a una vida de guerra y revoluciones, al contrabando, luego a la fama y el poder. Vendió su amor y el de otras mujeres que formaban el harem de su prospero negocio, a quienes educó y las hizo “Diosas del oficio”.

Finalmente, sin dinero y olvidada por casi todos los que la idolatraron una noche lluviosa de mayo de 1962, Graciela Olmos, le dijo adiós a la vida. Su biógrafa Estrella Newman dijo: “Fue amortajada por la madre superiora de un asilo de huérfanos, al que Graciela siempre mantuvo y ayudó. Alcanzó a llegar a darle los últimos auxilios y a echar agua bendita sobre su féretro su hermano sacerdote, Benjamín, El Beato, como ella le decía. No pudo tener mejor epitafio que su propia inspiración en su canción La Enramada: “Ya la enramada se secó / el cielo el agua le negó…”.

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