Historias de la pobreza

Opinión | marzo 13, 2020 | 6:18 am.

Pensaba escribir sobre los bebés que son abandonados en los basureros pero es algo tan repugnante e inhumano que, de pensarlo, las tripas se me revolvieron y sentí náuseas. Revisé en las redes sociales e Internet y me encontré con una serie de escritos donde aparecía una fugaz campaña donde se colocaban en varios sitios de la capital venezolana unos sticker con la leyenda “Prohibido botar bebés”. Es que la botadera de neonatos en sitios públicos, plazas, calles desoladas, contenedores y basureros es ya una “normalidad” en la Venezuela de lo insólito.


Pero la historia de Caro y Lucy me atrapa y leo con detenimiento en Twitter el desenlace feliz que me tranquiliza el estómago y aclara las ideas. Los tuits que las dos amigas se envían van hilvanando una historia que involucra a otros tuiteros –la mayoría anónimos- quienes se suman a una veloz campaña para lograr que la amiga Caro pueda hacerse de un dinero para comprar comida y alimentar a sus hijos, uno de ellos un bebé de apenas meses de nacido.

Todo comienza con un tuit donde Caro le ofrece –le envía la fotografía de un pantalón- un bluyín para que le ponga el precio que quiera y le envíe el dinero para poder darle algo de comer a sus hijos y a su esposo que está enfermo.

La sabia amiga enseguida asume como propia la desesperación de la atribulada madre y comienza a enviar mensajes a sus seguidores, quienes leen los comentarios y conocen la historia. Se ofrecen para colaborar en una rápida campaña de aportar dinero, cualquier cantidad, y lograr que Caro pueda darle de comer a sus hijos.

El resultado es una recolecta que le aporta a la familia de la madre atribulada la suficiente cantidad para alimentarles por varios días. Pero lo mejor no es tanto la manifiesta solidaridad de sus hermanos venezolanos sino el ofrecimiento de un trabajo para que pueda asegurar la estabilidad de la familia.

Al final, Caro se manifiesta en mensajes de gratitud infinita por la bondad y solidaridad de los hermanos venezolanos. Como esta, existen cientos de historias que progresivamente están marcando la nueva orientación de una sociedad, como la venezolana, que finalmente entiende que no se debe esperar nada del Estado y sus instituciones para resolver lavida de sus ciudadanos.

Me explico. Las sociedades avanzadas lograron ser lo que son porque se desarrollaron paralelamente a los Estados y Gobiernos. La libre iniciativa y el emprendimiento sirvieron para desarrollar sus infinitas potencialidades, como individuo y colectivo. Si bien los Estados, Gobiernos e instituciones fijaron leyes y normas para la convivencia, en definitiva el emprendimiento individual, la organización de las comunidades y sus formas de interactuar con el Estado, se realizaron y realizan desde una absoluta independencia donde se privilegia lo privado y se protege lo individual.

Creo que este rasgo es potencialmente interesante de resaltar toda vez que, a sangre y fuego, se está caracterizando esta manera de enfrentar las carencias, inmensas, que se advierten en la sociedad venezolana de estos años.

Tantas décadas, quizás siglos, de dependencia del ciudadano venezolano frente al Estado le ha dejado en minusvalía hasta ser visto por quienes administran la cosa pública, como un “menor de edad mental” que debe ser vigilado y “asistido”.

La crisis generalizada por la que atraviesa la sociedad venezolana no se va a resolver a “realazo limpio” ni mucho menos con políticos ni políticas populistas que atrapan y atan a los ciudadanos a los vaivenes de la incertidumbre de pillos gobernantes que desprecian a las comunidades y les condenan a la ignorancia y sumisión.

Valoro a los grupos organizados y alejados de los entes oficiales, fundaciones y asociaciones, organizaciones no gubernamentales, entre otras formas de estructuras sociales, que adelantan proyectos para asistir solidariamente a sus semejantes. Donde se privilegia la necesidad de los procesos educativos, incluso al margen de la educación formal, para adelantar una pedagogía que libere al ciudadano de esa nociva y patológica dependencia paternalista del Estado. Superar esa mentalidad, incluso de visión asistencialista,para situarnos en una relación de adultez mental donde el Estado, reducido a lo que debe ser, exista solo como referencia en cada uno de los ciudadanos, y sea reflejo de su permanencia y fortaleza cultural.

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