Hartos, y con razón

Opinión | marzo 14, 2020 | 6:18 am.

No es exagerado afirmar que Venezuela se deslizó hacia una terrible y profunda concavidad de la cual la historia política contemporánea no tiene referencia alguna. Nunca el país se había visto inmerso en tan oscuro vacío. Posiblemente, no se tuvo la previsión necesaria para evitar caer en tan bajo escaño. O quizás, sí. Pero al final se hundió por su propio peso.

No resulta difícil suponer que tan absurdo retroceso fue producto de maquinaciones propias de quienes llevaron al país hacia la más repulsivas propuestas devenidas en ideales impúdicos, delirantes y truncados.

Es casi lo que ha vivido Venezuela en el debut del presente nuevo siglo. Tiempo éste que debió augurar desarrollo, progreso y bienestar. No la destrucción a la que llegó el país de la mano de un militarismo deshonesto. Y en abierta contradicción con la línea de gestión erigida desde la concepción de una declarada “institucionalidad democrática”.

Sin nada que mediara entre los procesos de administración de gobierno que venían activándose, y los estimados apostados con base en las exigencias propias del desarrollo que se tenía en ciernes, el despiadado militarismo procedió a forjar (a paso de “vencedores”) la desintegración del Estado. De esa forma, comenzó a sustituirlo por múltiples ostentosas estructuras funcionales dirigidas a imponer nuevos esquemas de autonomía local. Asimismo, procedimientos dirigidos a establecer umbrosos modelos de economía que sólo buscaban la contracción de la dinámica económica.

Así la Administración Pública se hizo tan pesada, inoperante y enredada, que por más soluciones que pretendieron resarcir los problemas que fueron creándose, todo se complicó. Al extremo que tan terrible fenómeno económico, al cual le dieron el mote de “guerra económica”, terminó intensificándose cada vez más. El caos se armó en muy corto tiempo. Lo que costó configurar la movilidad económica venezolana en casi medio siglo, el envenenado militarismo la redujo en un lapso bastante breve Tan corto fue, que no hubo tiempo para nada. Salvo el que se empleó para arruinar al país en nombre de un írrito “socialismo del siglo XXI”. Además, confabulado con una presunta “revolución” que sólo ha servido para encubrir la retahíla de marramuncias de las que se ha valido el régimen político para ocultar sus delitos y violaciones de todo tamaño y tenor.

La geopolítica nacional se trastocó. Sus efectos dieron al traste con importantes adelantos alcanzados en aras del resguardo de un Estado nacional eficiente y eficaz. El concepto de “federalismo”, igual que el de “soberanía”, o el de “libertad” e “independencia”, fueron arrastrados por una especie de deslaves (rojos) cuyas consecuencias no tuvieron compasión de lo que se había logrado en Venezuela en cuanto a esfuerzos, recursos y proyectos. Fue así que la sumatoria de dichos logros, hicieron de la entonces Venezuela una referencia para América Latina y buena parte de países de definida entereza política, económica y social. Pero que apenas quedaron en folios de informes, memorias o libros guardados.

Pero, ¿qué fue lo que pasó? ¿Por qué Venezuela, luego de encabezar distintos índices de indicadores de desempeño que daban cuenta del comportamiento administrativo, cultural, empresarial e institucional nacional, se contrajo en tal escandalosa proporción? Tanto, que ahora roza los últimos lugares o posiciones de distintos conteos o tablas de indicadores de gestión.

No hay otra respuesta que la que conjuga el trazado de la política seguida y la condición cultural de la población, toda vez que el régimen se dio a la tarea de apagar la flama de la esperanza. Aunque no tuvo el éxito formulado y proyectado a instancia de las hordas de estrategas y asesores resentidos, contratados para tan impúdica actividad de descomposición social, política y económica.

Siempre, en todo momento, la resistencia ha mantenido su coraje. La historia así lo atestigua. Pero los hechos últimos, especialmente los acaecidos más recientemente, sobre todo con la insurgencia del liderazgo exhortado a través del trabajo político de parlamentarios electos en diciembre de 2015, que apostaron a reivindicar la democracia y la justicia en Venezuela como objetivo supremo, hicieron que renaciera el fragor político que a conciencia se mantuvo entre las tramoyas de la dictadura del socialismo “quebrado”.

Por tan particular razón, el país se armó nuevamente de la coherencia capaz de convertir el miedo en esperanza. Sin embargo, esto no ha dejado de sustituir la incertidumbre por un optimismo bien granjeado. Pero tampoco significa que no haya gente cansada. Especialmente, por las humillaciones y maltratos vividos a causa de la insolencia de gobernantes déspotas, indecentes, corruptos, intemperantes y sectarios. Total, todo un asco.

Es así que en medio de tan crudo panorama, cabe justificar que hay un caudal de venezolanos tan hastiados de tanto des(gobierno), que están verdadera y extremadamente hartos, y con razón.